José Manuel Pradas – La huella de la toga.
Tengo una cierta predilección por traer a personajes que además de ser poco conocidos, procedan de las Américas, pero mira aquí por donde y podría decir que coincidiendo con el quinto centenario de la primera vuelta al mundo – así rindo un pequeño homenaje a aquellos hombres- he topado con un colega procedente de Filipinas y que en su momento tuvo su importancia en el proceso de insurrección que terminó con la presencia española en el archipiélago y que tras pasar a ser colonia norteamericana, obtuvo finalmente su plena soberanía.
Pedro Alejandro Molo Agustín Paterno y Devera-Ignacio nació en Quiapo, isla de Luzón, provincia de Manila en 1857. Seguramente mestizo, por una de las dos partes y con seguridad de buena posición económica, con catorce años cumplidos y recién obtenido el título de Bachiller en Artes, embarca para España y para estudiar Filosofía, Teología y Cánones en Salamanca, para posteriormente hacer la carrera de Derecho en Madrid y una vez terminados los estudios en 1879, inscribirse en su Colegio al año siguiente con el número 6676.
Hasta 1894 residió en Madrid, sin que haya podido encontrar grandes indicios de dedicación jurídica, pero sí al arte, la literatura y como no, al periodismo. Publicó además un poemario llamado Sampaguitas y uno de ellos se utilizó como letra para la canción “La flor de Manila” –la sampaguita- que compuso su hermana Dolores y es una muy popular habanera. También escribió ensayos como “El problema político de Filipinas” o “El cristianismo en la antigua tradición tagala” y fue creando, dada la posición económica familiar, un entramado de contactos y amistades que le serían de utilidad en el futuro. En 1894 regresa por fin a Filipinas – es evidente que por la distancia, en aquellos tiempos había que pensárselo dos veces antes que pensar en darse una vuelta para ver a la familia- para hacerse cargo como Director del Museo-Biblioteca de Filipinas en Manila.
Poco tiempo después interviene en la llamada revolución de 1896 aunque sus contactos, a los que ya hice referencia, le libran de seguir la suerte del doctor José Rizal –el gran héroe y padre de la patria- que es fusilado por rebelión. El liderazgo independentista pasaría entonces al general Emilio Aguinaldo, personaje interesantísimo que luchó primero contra los españoles, luego contra los norteamericanos y fue aliado de los japoneses en la segunda guerra mundial y que fue nombrado primer presidente de Filipinas, llegando incluso a arrepentirse en su vejez de haber luchado contra España.
Aguinaldo como líder de la sociedad secreta “Katipunan” se encontraba en aquellos momntos en una situación militar delicada, sitiado con sus tropas en un lugar casi inaccesible, Biak-na-Bató en la isla de Luzón y allí que se fue Paterno a tratar con él su rendición, siguiendo instrucciones del general Fernando Primo de Rivera. En tres meses de negociaciones logró el acuerdo que se llamó Pacto de Biak-na-Bató que implicó la rendición de Aguinaldo y su exilio a Hong Kong junto a parte de sus partidarios y una compensación económica. Paterno regresa a Manila en enero de 1898, siendo aclamado por la población, pero las cañas se tornaron lanzas cuando reclamó el pago de sus servicios y no se le ocurrió otra cosa que exigir un título de nobleza, en concreto un ducado, que se le nombrase senador en España y el pago de una recompensa en dinero, pero no en pesetas, sino en dólares. Sus pretensiones son rechazadas totalmente por las autoridades españolas y su actuación es considerada poco menos que una traición por las diversas facciones independentistas.
Cuando ya empieza la guerra entre España y los Estados Unidos, se proclama por los insurrectos la República Filipina y es nombrado primer Ministro, aunque esa República no obtiene ningún reconocimiento internacional y al final termina derivando en un estado de guerra entre Filipinas y la nueva nación ocupante, pues la independencia de Filipinas sólo llegará tras la segunda guerra mundial y la derrota de Japón. Paterno es hecho prisionero por los norteamericanos y encarcelado hasta que es liberado tras una amnistía en 1907. Fallece en Manila durante una epidemia de cólera en 1911.
Al final de todo y pese al importante papel de Paterno en los complicados entresijos que definieron la rebelión y lucha armada filipina contra España, el conflicto bélico de España con Estados Unidos y luego el de los patriotas filipinos contra sus nuevos “colonizadores”, el legado de Paterno es considerado entre los historiadores y nacionalistas filipinos como infame y poco digno. Un historiador filipino del que tomo la cita, señala que: “La historia no ha sido amable con Pedro Paterno. Hace un siglo, fue uno de los principales intelectuales del país, abriendo caminos en letras filipinas. Hoy en día es ignorado en muchos de los campos en los que alguna vez se destacó con mucha eminencia, real e imaginaria. No se ha escrito una biografía completa ni una revisión extensa de su corpus de escritos, y nadie lo lee hoy”.
Mucho de esto se atribuye a la inclinación de Paterno por el travestismo político y ha sido considerado en la historia política filipina como el ejemplo del “renegado”. Primero estuvo del lado español, luego cuando se hizo la declaración de independencia en 1898, «se abrió camino hasta el poder» y se convirtió en presidente del Congreso de Malolos en 1899; más tarde notando de donde venían los vientos políticos después del establecimiento de los Estados Unidos como gobierno colonial, se convirtió en miembro de la Primera Asamblea de Filipinas, que era una Cámara títere de los norteamericanos, hasta su fallecimiento con 54 años.
Y esta es la historia, la huella de la toga, que nos ha dejado Pedro Alejandro Paterno. Quinientos años después del descubrimiento de las islas que Magallanes llamó Filipinas en honor al Rey, España siempre las tuvo un poco de lado, comparadas con la inmensidad y “cercanía” de sus posesiones americanas. No digamos ya con las otras posesiones del Pacífico, Guam, las Marianas, las Corolinas. Durante siglos, Filipinas era el galeón de Acapulco que una vez al año, aprovechando vientos y corrientes, iba y venía de aquellas posesiones y muy poquito más. Cuando los procesos de independencia terminaron en América y la navegación a vapor venció a la vela, España comenzó a mirar a Filipinas, pero ya era tarde.
Como colofón a este artículo he dado con una curiosidad que seguramente causará sorpresa y estupor a más de uno. Todavía quedan en teoría posesiones españolas en el Pacífico, en lo que de vez en cuando y algún periódico se hace eco de la llamada Micronesia española. Está formada por unas pequeñas islas que por olvido quedaron fuera tanto del Tratado de París con Estados Unidos, como del Tratado Germano-Español por el que se cedían y vendían a Alemania las demás posesiones en aquella zona que no habían hecho suyas los “yankees”. El atolón de Güedes en el archipiélago de las Marianas y el de Oroa, ambos deshabitados. Los 33 islotes del archipiélago de Los Pescadores en las islas Palaos y finalmente Acea, un grupo de rocas coralinas que no he conseguido ubicar. Leo que aunque España teóricamente podría reclamarlas como propias no las ha ocupado ni las ha reclamado por su escaso valor estratégico y económico. De esto último no estoy tan seguro. Si finalmente por la lectura de este artículo, algún potente empresario hotelero español decidiera construir un paradisíaco resort en alguna de ellas, creo que podría reclamar mi recompensa, pero mucho más modesta que la que pidió Paterno. Me bastaría con quince días de estancia gratis en el hotelazo a pensión completa. No parece ni mucho ni muy probable, pero si cuela, cuela y aquí lo dejo dicho.