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¿Es
necesario
más
control
en
Twitter? |
MADRID,
28
de
MAYO
de
2014
-
LAWYERPRESS
|
Por
Susana
Gisbert,
Fiscal,
Fiscalia
de
Valencia |
Me
lanzan
el
reto
de
opinar
sobre
si
es
necesario
más
control
en
Twitter.
Precisamente,
me
llega
el
desafío
a
través
de
Twitter
que,
para
el
que
no
lo
sepa,
sirve
para
muchas
más
cosas
que
decir
necedades
y
colgar
tonterías
además
de
que,
en
ocasiones,
sirva
para
cometer
delitos.
Pero,
para
que
no
se
me
malinterprete,
me
posiciono
ya
desde
el
principio:
en
Twitter
se
puede
infringir
la
ley
como
en
cualquier
otro
sitio,
ni
más
ni
menos.
No
confundamos
el
medio
con
el
fin,
ni
demonicemos
al
pobre
pajarito
azul,
que
ya
tiembla
viendo
peligrar
sus
alas.
Es
cierto
que
se
ha
despertado
súbitamente
una
enorme
alarma.
A
mí,
usuaria
habitual
de
esta
red
social,
no
deja
de
sorprenderme,
porque
quienes
navegamos
en
ella
hemos
podido
ver
barbaridades
de
todos
los
calibres
sin
que
hasta
ahora
nadie
se
llevara
las
manos
a la
cabeza:
cuentas
dedicadas
a la
exaltación
de
la
violencia
de
género,
a
actitudes
homófobas
o
racistas,
a la
exaltación
y
propagación
de
“ideales”
y
acciones
fascistas
y
nazis,
Holocausto
incluido
–no
hay
más
que
teclear
alguna
palabra
relacionada
y
cualquiera
puede
comprobarlo-
o,
directamente,
usuarios
que
insultan,
vejan
o
amenazan
a
cualquiera
que
se
exprese
de
manera
diferente,
sea
periodista,
político
o
charcutero.
Y,
al
margen
de
alguna
reacción
aislada
que
fue
flor
de
un
día,
nada
de
nada.
Ni
alarma,
ni
investigación,
ni
declaraciones
grandilocuentes,
ni
alharacas.
Nada
de
eso.
¿Por
qué
entonces
ahora?
Cierto
que
un
hecho
tan
terrible
como
el
asesinato
de
una
importante
dirigente
política
en
circunstancias
que
despiertan
el
morbo
colectivo
ha
llamado
la
atención
mucho
más
que
esas
otras
cosas.
Pero
también
es
cierto
que
dicho
hecho,
hasta
donde
se
sabe
al
menos,
nada
tiene
que
ver
con
las
redes
ni
con
su
uso.
Fue
la
reacción
posterior
de
algunos
usuarios
lo
que
hizo
saltar
ciertas
alarmas,
aunque
no
sé
si
con
mucha
justificación.
En
un
país
como
el
nuestro,
donde
acostumbramos
a
hablar
maravillas
de
las
personas
cuando
han
muerto,
por
más
que
las
hubiéramos
defenestrado
en
vida,
impactaron
como
un
mazazo
ese
tipo
de
reacciones.
Y
justificar
el
asesinato
de
alguien,
incluso
decir
que
se
lo
tenía
merecido,
no
cabe
duda
que
es
de
una
zafiedad
incuestionable.
Pero
de
ahí
a
considerar
que
eso
es
apología
del
delito
hay
un
mundo.
Igual
que
lo
hay
entre
repugnantes
manifestaciones
racistas
y la
comisión
de
un
delito
de
odio,
máxime
teniendo
en
cuenta
lo
restringido
de
su
aplicación
jurisprudencial,
al
menos
hasta
el
momento.
Y es
que
el
quid
de
la
cuestión
está
en
el
hecho,
no
en
el
medio
empleado.
Lo
que
es
delito
–o
falta,
en
su
caso-
en
la
vida
real,
lo
es
también
en
la
vida
virtual,
y
viceversa.
La
expresión
proferida
es
la
que
es,
háyase
dicho
en
Twitter
o en
la
plaza
del
pueblo.
Y el
Código
Penal
ya
dispone
de
preceptos
que
tipifican
cada
hecho,
y el
plus
de
hacerlo
de
determinada
manera
o
contra
determinados
sujetos:
“por
escrito
y
con
publicidad”,
“contra
funcionarios
públicos
en
el
ejercicio
de
su
cargo”,
por
ejemplo.
Así
que,
no
veo
la
necesidad
de
que
el
hacerlo
por
las
redes
sociales,
y
menos
a
través
de
una
determinada,
tenga
que
ser
objeto
de
regulación
específica,
ni
mucho
menos
de
un
plus
de
reprochabilidad.
¿Por
qué
no
regular,
entonces,
los
insultos
o
amenazas
en
programas
de
televisión,
o de
radio,
o en
un
bar
de
copas,
o en
una
Iglesia?
El
Derecho
Penal
ni
puede,
ni
debe
descender
a
este
nivel
de
detalle
porque
no
es
su
función.
Su
función
es
describir
conductas
típicas,
y
establecer
la
pena
que
merecen,
y
eso
ya
lo
hace.
Así
que
ceder
a la
presión
suscitada
por
uno
u
otro
hecho
sería
caer
en
el
error
de
legislar
“a
golpe
de
telediario”,
lo
que,
por
cierto,
ya
hemos
vivido
en
demasiadas
ocasiones.
De
otra
parte,
parece
perderse
de
vista
que
gran
parte
de
las
expresiones
proferidas
constituyen
delitos
o
faltas
perseguibles
únicamente
si
media
denuncia,
requisito
que
algunos
parecen
haber
olvidado.
Y
que
el
fenómeno
de
nuevo
no
tiene
nada.
Que
pregunten
si
no a
cualquiera
de
los
que
llevamos
violencia
de
género
la
frecuencia
con
que
los
delitos
de
esta
naturaleza
se
cometen
en
las
redes
sociales
sin
que
hasta
el
momento
nadie
hubiera
dado
la
voz
de
alarma.
Por
último,
también
quisiera
poner
el
acento
en
otra
cuestión,
que
quizá
ha
pasado
más
desapercibida
de
lo
que
debiera.
Y es
que
muchos
de
los
que
denostan
las
redes
sociales
en
general,
y
Twitter
en
particular,
no
tienen
ni
la
más
remota
idea
de
lo
que
están
hablando.
Teorizan
sin
saber
como
funciona,
y
ven
demonios
allá
donde
sólo
hay
progreso.
Muchos
todavía
pertenecemos
a
generaciones
que
crecieron
con
papel,
lápiz
y,
como
mucho,
una
Olivetti,
y el
temor
a lo
desconocido
suele
ser
una
lacra.
Quizá
a
algunos
lo
que
les
hace
falta
es
una
visión
más
natural
de
eso
que
llamamos
nuevas
tecnologías
y
que
de
nuevas,
la
verdad,
sólo
tienen
ya
el
nombre.
Y lo
afirmo
con
el
poder
que
me
confiere
ser
una
conversa
en
esta
fe,
que
mis
esfuerzos
me
cuesta
tratar
de
modernizarme
día
a
día,
con
la
eterna
sensación
de
que
simpre
voy
un
paso
por
detrás.
Por
ello,
hay
que
centrarse
en
lo
que
se
ha
dicho
y no
en
donde
se
haya
dicho
–más
allá
de
aplicar
la
“publicidad”
cuando
sea
procedente,
claro-
Las
amenazas
son
amenazas
se
profieran
donde
se
profieran,
y
otro
tanto
cabe
decir
de
las
injurias,
y de
cualquier
otro
delito
de
expresión.
La
apología,
por
su
parte,
es
un
delito
complejo
con
unos
requisitos
específicos,
y de
poca
aplicación
más
allá
del
terrorismo.
Volviendo
al
ejemplo
de
la
violencia
de
género,
no
son
pocos
los
imputados
por
delitos
de
esta
naturaleza
que,
al
tiempo
de
ser
detenidos,
deleitan
al
personal
con
un
deleznable
“aún
mueren
pocas”,
que
nadie
configuraría
como
apología.
Así
que,
dejemos
de
alarmar
y
procedamos
con
cautela,
eso
sí,
pero
con
la
exquisitez
jurídica
que
se
presume
a
los
juristas.
Ni
se
pueden
poner
puertas
al
campo
con
una
regulación
restrictiva
de
una
red
social
sin
que
peligre
la
libertad
de
expresión,
ni
se
pueden
matar
moscas
a
cañonazos
con
persecuciones
exageradas
sin
que
peligre
el
sentido
común.
La
libertad
de
expresión
es
un
bien
demasiado
valioso
para
sacrificarlo.
Si
cortamos
las
alas
a
este
pájaro,
llegará
otro
más
fuerte.
Y si
lo
enjaulamos,
seguro
que
otro
lucha
por
recobrar
la
libertad
perdida.
Es
ley
de
vida.
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