Resulta
paradójico
que
el
Viejo
Continente,
esto
es,
Europa,
esté
permanente
por
construir.
La
fraseología
política
e
institucional
de
nuestros
días
a
propósito
de
Europa
está
saturada
de
metáforas
edilicias:
la
construcción
europea,
la
casa
común,
el
espacio
pendiente,
etc.
Algo
tan
antiguo,
que
se
supone
ya
colmatado,
y
aún
no
ha
llegado
a su
madurez
edificatoria.
Mucha
obra
viva,
y no
se
sabe
a
punto
fijo
si
es
para
levantar
más
pisos
y
ganar
en
altura
o
para
detener
la
decadencia
del
vetusto
inmueble,
que
amenaza
ruina.
Sea
como
fuere,
en
esa
obra
inacabada
e
inacabable
que
parece
ser
Europa,
poco
han
contado
las
personas
con
discapacidad,
más
de
80
millones
que
en
gran
medida
seguimos
siendo
gente
forzosamente
aparte.
Como
en
sus
países
de
procedencia,
los
hombres
y
mujeres
con
discapacidad
somos
en
Europa
una
minoría
discreta
y
difusa,
confinada
una
posición
relegada
y
subalterna,
si
la
medimos
en
términos
de
participación,
derechos,
inclusión
y
bienestar.
Pero
que
Europa
sea
un
continente
con
tendencias
excéntricas,
inclinado
a
producir
periferias
sociales,
no
nos
induce,
a
las
personas
con
discapacidad,
a
renegar
del
proyecto
europeo.
Puede
que
nos
guste
una
cierta
manera
de
hacer
Europa
–la
que
están
poniendo
en
práctica
los
actuales
poderes
dirigentes–
pero
eso
no
comporta
que
desesperemos
de
Europa.
Aunque
lo
más
fácil
y
hasta
justificado
sería
ser
euroescépticos,
el
movimiento
de
la
discapacidad,
al
contrario,
es
euroconvicto.
Europa
es,
o al
menos
puede
ser,
una
ocasión
y
una
oportunidad
para
las
personas
con
discapacidad,
se
trata
de
intentarlo,
de
amagar
y de
dar.
Esta
firme
convicción
europeísta,
que
anida
en
la
idea
de
que
Europa
no
es
lo
que
dejemos
a
otros
hacer,
sino
lo
que
hagamos
que
sea,
ha
llevado
al
movimiento
cívico
de
la
discapacidad
a
colocar
en
los
primeros
lugares
de
nuestra
agenda
política
de
cambio
las
cuestiones
europeas.
Una
Europa
no
meramente
de
naciones,
estados
y
gobiernos,
de
pulsiones
de
poder
y de
intereses,
sino
ante
todo
de
ciudadanos
activos,
comprometidos
y
participativos,
que
no
se
resignan
a
ser
sujetos
pasivos
de
las
decisiones
y
los
manejos
de
otros.
En
un
año
como
este,
2014,
de
elecciones
europeas,
solo
votar
sería
muy
poco.
Acudir
a
las
urnas
consistiría
en
un
acto
más,
dentro
de
una
serie
mucho
más
numerosa.
Apliquemos
intensidad
y
creatividad
a la
acción
cívica
y
crecerá
el
sentimiento
de
pertenencia,
siendo
no
gente
aparte,
sino
parte
de
la
gente,
comenzaremos
experimentar
que
Europa
también
es
nuestra.
Luis
Cayo
Pérez
Bueno,
Presidente
Comité
Español
de
Representantes
de
Personas
con
Discapacidad
(CERMI)